Mirando escudos, pensando en banderas, revisando mapas.
Charles Sanders Peirce, lógico matemático norteamericano (1839-1914), es entendido, en unanimidad, como padre de la semiótica contemporánea. En sus complejos y extensos textos expresó de diferentes y cambiantes maneras como entendía su tríada de signos: Icono, Indice y Símbolo. Cada uno de ellos se comporta de forma diversa, de la siguiente manera: el Icono se relaciona con el referente en lugar del cual está, en cuanto opera desde la semejanza y la similitud. Así, géneros como el retrato o el bodegón suelen ser preferidos por sus espectadores en cuanto remiten de manera más o menos ilusionista y mimética a la realidad en lugar de la cual toman presencia. El señor de P. parece tener volumen, sus manos transparentan las venas, su cabellera revuelta es convicente en cuento cabellera. La botella ante la ventana nos hace sentir la botella, su sombra, entender su tridimensionalidad. A esta clase de signos asociaría de manera enfática con el arte del Renacimiento y del Barroco, aun con el Neoclásico, por dar algunos ejemplos. El signo Indice para Rosalind Krauss es quizás el signo más requerido por las prácticas artísticas contemporáneas. Por lo menos aquéllas desarrolladas entre los sesenta y los ochenta del siglo XX, y diciendo más, según Krauss las obras de Marcel Duchamp rondan de forma constante las preguntas sobre lo indexical, siendo un ejemplo paradigmático la poco conocida obra suya “ Tu m´ ” de 1918. Pero volvamos al Indice. El Index se relaciona con su referente en cuanto fue producido en contigüidad, por coexistencia física con éste. Es el caso de la huella del pie en la arena. Dicha huella no nos dice cómo es la persona, no revela la altura (a no ser que seamos forenses), la edad, el color de piel o la forma de la nariz, pero lo que sí revela de forma contundente, es que la persona dueña de ese pie estuvo allí y su cuerpo dejó una impronta. Los cazadores recurren a ello para seguir las huellas de sus presas, Gabo recurre al Indice en su cuento “El rastro de tu sangre en la nieve”, 1992, y los arqueólogos la emplearon para investigar a Eva, nuestra antepasada, quien en Africa, hace millones de años, dejó sus huellas, las más antiguas de un sapiens en la superficie de la tierra. En cuanto al símbolo, no opera ni por semejanza ni por coexistencia física. Su existencia es arbitraria y consensuada, depende de un acuerdo de una cierta comunidad. Así operan los símbolos patrios. Una bandera, un escudo, ciertos colores en cierto orden, algunas estrellas, un animal emblemático, lo son y son identificables al rompe, porque una comunidad imaginada, siguiendo la idea de Benedict Anderson, desarrolló ese acuerdo y se reconoce en ese símbolo.
Las tres clases de signos suelen cohabitar en el mismo objeto pero uno de ellos tiene prevalencia sobre los otros, es allí donde lo podemos nombrar. Los signos simbólicos por razones que podemos entender muy fácilmente, han sido de gran atractivo e interés para los artistas. Son imágenes y objetos y en cuanto tales, son de incumbencia de los artistas, quienes a menudo los interrogan, pues en cierta medida, pueden ser enigmáticos y crípticos, entendiendo su carácter de arbitrariedad. Y desde luego, los propios de un país también lo hacen, dado que de una forma u otra, los representan. Cuando paso por una aduana y muestro mi pasaporte, el escudo me representa, habla por mi, dice: “colombiana”. También cuando la selección deportiva participa en un evento, o en un noticiero internacional se alude a algunas elecciones nacionales y colocan la efigie del presidente y abajo la bandera. Desde luego, la moneda es uno de los espacios en los que este sistema emblemático circula. De ahí la originalidad y el cambio de paradigma que en algún momento supuso el Euro, pero eso es otra historia.
Jasper Jones fue famoso por sus numerosos trabajos a la encáustica en los que usaba la bandera norteamericana como objeto/motivo. Bernardo Salcedo, con su humor cáustico, interrogó el escudo nacional, que se había quedado rezagado en relación con los aconteceres del país y acudía a repertorios sígnicos que ya no tenían sentido: o habían desaparecido o habían mutado. Y eso Salcedo no lo dejó pasar, por supuesto. De ahí su “Primera lección”, 1970, obra amarga y brillante. Algo similar ocurre con Antonio Caro, quien en 1977 se percata de la coincidencia de dos situaciones en apariencia distinta: los logotipos de las empresas, de los productos, impresionando al consumidor, repiqueteando una y otra vez su imagen y eslóganes en el inconsciente, parecían asemejarse al nombre del país, que, en el capitalismo corporativista, cada vez se acercaba más a un logo, a una marca, en este caso, emblemática de una idea, la idea nación. Así, se apropió de la tipografía de Coca - Cola y la empleó para escribir Colombia. En su juego de sobreposiciones, el Imperio comercial reemplazaba a la nación y la nación, estratégicamente se vestía con su lenguaje, para reposicionarse, en una justa sin ganador, por la memorización y el reconocimiento. Bueno, eso es una lectura de esa pieza, que ciertamente permite tantas.
En el caso de la exposición que nos ocupa, Jorge Luis Vaca viene trabajando obsesivamente, año tras año, en torno a la idea de historia y de memoria, relacionadas con el país, con Colombia. Su problema es la representación y en esta ocasión de forma importante, los símbolos patrios asociados con el mapa.
Al respecto, me gustaría decir lo siguiente. La comunidad imaginada nación se dice desde sus símbolos, se reitera desde ellos y la sociedad de masas ha hecho que ellos traspasen los regímenes políticos y geográficos y devengan iconografía popular, convertidos en mercancía, en logotipo quasi corporativo. Habitan el día a día colocados en la carrocería de un carro, en la camiseta del equipo nacional, en la pañoleta de una mascota. Quizás el más popular, el que en las calles se ve es el de la bandera, pero también está el escudo o el propio nombre del país convertido en marca, en logo, como decíamos más atrás. Los símbolos patrios generan identidad, recuerdan al sujeto que pertenece a un conjunto que lo sobrepasa y que lo antecede, lo recuerdan como parte de una comunidad.
En este caso, como en Salcedo y Caro, de quienes se apropia Vaca, los símbolos son interrogados. La significación de sus componentes entra en cuestión: ¿qué muestra el escudo?, ¿por qué aun sigue allí Panamá, ¿qué significa el cóndor? ¿Hay aun cóndores en los Andes colombianos? ¿Hay bonanza? Ese cuerno de la abundancia aun nos dice algo hoy, a los /las colombianxs?
El país va mutando, se va transformando. Lo hace su política, su territorio, en nuestro caso, su constitución. Sus leyes se ajustan, en cuanto la sociedad cambia. Pero en contraste, los símbolos patrios parecen tener una enorme resistencia al cambio. El país se transforma mientras ellos permanecen incólumes. Por ello, se podría decir, se producen destiempos, desconfiguraciones, pérdidas de significado, confusión y emborronamiento del sentido, de los sentidos que poseen los signos.
La presente exposición podría dividirse en cuatro partes. La primera la configuran las piezas que hablan de las diferentes constituciones que ha tenido el país y en el marco de las cuales, Colombia ha perdido territorio, asociables a los diferentes nombres que ha tenido (cinco en total).
La segunda está constituida por las piezas que hacen referencia al escudo y al logo Colombia, que como parte de su representación, ponen de manifiesto una formulación de verdades siempre a medias, elaboradas por sustracción de materia, por temas no declarados, por información no circulada. Es el caso de Coca Cola Colombia, reinterpretación de la pieza de Caro, repetida múltiples veces como conformando una especie de plana aleccionadora.
Los intaglios con el mapa de Colombia: “Colombia marimbera” y “Colombia cocalera”, han sido realizados a partir del mapa con relieve del Agustín Codazzi de 1971. Los mapas de “Colombia marimbera” están realizados a partir del bagazo de las cañas de marihuana y los mapas de “Colombia cocalera” están realizados en un papel hecho con hoja de coca. Son 16 mapas, correspondiendo ello al número de constituciones que ha tenido el país. Estos mapas aluden al hecho de que durante varios años la siembra de estas plantas, materia prima de un comercio ilegal, tan violento como lucrativo, han constituido una parte importante de los recursos económicos que se mueven en el territorio, que se entremezclan con la economía del país, con su política, con su ética. Mientras, otra parte del país se relaciona con ellas desde lo ritual, lo simbólico y espiritual. Con la trascendencia de sí y la conexión con el otro y con el todo.
Finalmente, la muestra cuenta con un apartado constituido por imágenes de archivo, piezas realizadas por otros artistas y que desarrollan reflexiones sobre los símbolos de nación. Entre estos artistas citados quiero resaltar a Ricardo Rendón, inmenso caricaturista, del cual quizás no se ha dicho mucho. A él Germán Colmenares le dedicó un interesante libro.
Cerrando, hacer memoria y volver conscientes los gestos, los hábitos, los diálogos con las imágenes, con los símbolos, con la cotidianidad son parte del reclamo que hace Vaca en esta muestra, trabajo de autorepresentación y de representación colectiva situado en una posición crítica, pensativa y, desde luego, contrastativa en un país en crisis. Siempre procurando relacionar el presente del país con su pasado y su posible proyección hacia el futuro.
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